Esto no es un simulacro
Vaya por delante que la liga
española se ha convertido en un truño de dimensiones estratosféricas, una
competición que basa su atractivo en el duopolio Madrid-Barcelona a base de un
reparto de derechos económicos cuanto menos discutible y un tratamiento de la
información que desprecia al resto de contendientes, es más, ¿juega alguien más
la "competición"?
Pues parece ser que sí, pese
a que los medios hoy nos brindaran titulares tales como "No hay liga"
o "El Barça a sentenciar", da igual que haya un equipo a tan sólo
tres puntos de los culés, ¿quién son esos piojosos? Pues señores, esos pobrecillos
son el Atlético de Madrid, actual campeón de UEFA y Supercopa, un equipo que ha
firmado un arranque histórico con once victorias y un empate en trece partidos
(34 de 39 posibles), un equipo que sería líder en Italia (incluso con un
partido menos que ellos), en Inglaterra, en Alemania colíder, o en Francia con
holgura. Pero no, aquí nos tenemos que conformar con una provisional segunda
plaza (podríamos ser colíderes hoy) y en la clandestinidad de los medios, que
ni tan siquiera consideran la candidatura.
En fin, qué voy a contar que
el aficionado atlético no sepa, lo cierto es que la liga se ha desquebrajado en
tres o cuatro supuestas velocidades, la primera consta de tres equipos con uno
a punto de caerse del tren (Barcelona, Atlético y Madrid), la segunda que bien
pudiera ser la de los equipos que optan a Champions, la tercera la de equipos
meritorios que aun no saben si luchan por jugar en Europa o por quedar en zona
tranquila, y el descenso (del Zaragoza hacia abajo). Las diferencias entre el
segundo y tercer grupo son mínimas, lo que podría dar lugar a un único gran
grupo de 10-12 equipos.
Simeone ha logrado lo que
hasta hace unos meses hubiese significado una utopía, que un equipo plantase
verdadera oposición a los dos todopoderosos pasado el primer tercio de liga,
venimos diciendo que se ha conseguido a base de un compromiso y solidaridad
impecables dentro del grupo, pero no sólo hay eso, la calidad que emanan
ciertos jugadores no se puede negar. Hoy desarbolaron a un Sevilla que, si bien
escudarán su derrota en las expulsiones y el tratamiento arbitral, dejaron una
pobre imagen en el Calderón, ni tan siquiera fueron una amenaza real antes del
penalty de la polémica.
La consigna era la siguiente,
ahogar la salida de balón de los sevillistas y no dejar que montasen rápidas
contras, la receta se basaba en una presión ordenada y en la anticipación continua
de todos los que estuviesen por detrás de la línea del balón. El equipo de
Míchel se diluye cual azucarillo cuando le falta Medel en la labor oscura del
mediocampo y la inquietante presencia de Negredo, sin eso sólo les queda
agarrarse a la persistencia de Navas y a la intermitencia de un Reyes lejos de
sus mejores días. Los centrales andaluces lo tenían claro, impedir que Falcao
recibiese en ventaja.
Pero el problema de esa
táctica, sobretodo fuera de casa, consiste en que el árbitro termina por
amonestar al reincidente. Spahic cometió en el primer cuarto de hora hasta tres
faltas claras sobre el colombiano. En el minuto 20 llegó el momento clave del
partido, Falcao controla un balón en el balcón del área, se interna hacia
dentro y Spahic llega como un elefante en una cacharrería derribándole en el
salto (penalty), queda impune la acción y mientras uno queda en el suelo, Koke
intenta rematar siendo agarrado levemente por Fazio... el trencilla al final
pitó la pena máxima y expulsó al argentino, quizá el que menos lo merecía, pero
así son las cosas. El goleador engañó a Palop lanzándola por el centro.
El Sevilla entró en barrena,
Spahic siguió fuera de sí y volvió a cortar otro ataque con violencia, por
pesado vio la amonestación y se condenaba a un partido movidito para él.
Empeñado en protagonizar el partido él solito, en una contra en la que Turan se
internaba en el área presto para asistir a un compañero, desvió el centro para
marcar el segundo gol atlético. Spahic MPV rojiblanco. Cerrando el recital
atlético, Koke anotaba al filo del descanso el tercer tanto.
La segunda parte sirvió para
enseñar que también sabemos manejar la pelota con criterio, defender mediante
posesión y esperar al fallo rival para marcar. Pudieron llegar los goles en
varias ocasiones, en las botas de un sobreexcitado Diego Costa, en las del
propio Falcao o con un zapatazo de Gabi. El Sevilla era un juguete. Con todo
decidido, el colegiado expulsó a un integrante del banquillo andaluz y a
Rakitic, que en cinco minutos combinó una mano absurda y una zancadilla a la
altura de la rodilla.
La guinda la puso Miranda con
un gol postrero que se gestó tras un disparo de RG que Palop no acertó a
blocar, lo justo para que Arda le sirviese al brasileño un balón de oro para
sólo empujar al fondo de la red.
Victoria con probada
solvencia sobre un rival que peleará por plaza europea, esto no es un
simulacro.